EL CAFÉ DE SAN ISIDRO Y LA TIENDA DEL BOTIJO.

Parece que hasta bien entrado el pasado siglo XX, la plaza Mayor constituía el límite entre el centro de Madrid y los denominados “barrios bajos” o zona de clase social con cierto nivel de estrechez y topográficamente inclinada hacia el río Manzanares. 

La vía principal del distrito de La Latina fue y es la calle de Toledo; siempre plagada de comercios y viandantes, forasteros o autóctonos, atraídos por el mercado de La Cebada y por la colegiata de San Isidro el Real (s. XVII). En éste último enclave, a pocos metros de distancia, estuvo el café de San Isidro y subsiste aún, aunque sustancialmente modificada, la Tienda del Botijo

El café de San Isidro se ubicaba en la calle de Toledo, número 32 (antiguo 40) aunque hay noticias de la existencia de otro café con la misma marca, que durante los años veinte del siglo XIX estuvo en la Cava Baja, número 18. 

Foto: M.R.Giménez (2012)
Aquí estuvo el café de San Isidro y después el supermercado de la cadena Simago.

El de San Isidro era el templo de la madrileñería castiza y flamenca, un café de barrio que todos querían conocer aunque no formasen parte de su asidua clientela. 

Las primeras noticias encontradas de este café, sito en la calle de Toledo, proceden del año 1863; tres años más tarde ofrece el primer ensayo de un novedoso sistema de alumbrado por gas, más ventajoso que el empleado hasta entonces, acto para el que fueron invitados todos los dueños de los cafés más importantes de Madrid. Era además el lugar donde se despachaban los billetes para la diligencia diaria al pueblo de Leganés, a tres reales el asiento. 

Fuente: ABC.
Interior del café de San Isidro (1901).

En el año 1901 el café de San Isidro realiza importantes reformas que lo convierten en uno de los más bellos y elegantes de la corte. El ebanista Manuel Ramos y el pintor Ricardo Téllez, intervienen en la obra. 

Era éste un café de variada y pintoresca concurrencia, cambiante según la hora del día: Por las mañanas, bodas con vasos de café con leche y media tostada. Tras la comida, tratantes y asentadores del mercado de La Cebada. Los jueves por la tarde, gitanos de tronío. Sus platos de riñones saltados y bistec con patatas, eran conocidos en todo Madrid al igual que sus magníficas mesas de billar, cuyo precio era de a dos reales, la hora. Conciertos de bandas de música, cántico de flamenco con piano, pequeñas obras de teatro y funciones con cantarinas como Jacoba Sánchez, constituían los espectáculos nocturnos de éste café. 

Por encima de sus excelencias, el café de San Isidro era conocido en toda la ciudad por su Vicaría

Foto: M.R.Giménez (2012)
Calle de Grafal. Aquí estuvo la Vicaría del café de San Isidro.

La Vicaría era un reservado de parejas enamoradas, con acceso desde la calle de Grafal, paralela a la de Toledo. Eladio, apodado “Musaraña” era su camarero y sólo intervenía al escuchar las palmadas para pedir una consumición o abonar la cuenta y al escuchar el sonoro chasquido de un beso. Ante este segundo caso Eladio, que siempre parecía distraído y de ahí su apodo, solía gritar a la pareja cariñosa: “¡Sus tengo dicho que los besos con estallido se quedan para las amas de cría o secas, que aquí no quiero cohetes, sino composturas y urbanidad!”. Salvo por las amonestaciones del camarero, la Vicaría era un lugar tranquilo y silencioso. 

El espacioso café de San Isidro sirvió para celebrar numerosos banquetes a lo largo de su historia, que concluiría a principios de los años sesenta del siglo XX. En su recinto se instaló posteriormente el autoservicio Simago y hoy continúa siendo un supermercado. 

Frente al café de San Isidro y junto a la colegiata, hoy subsiste La tienda del Botijo, aunque del primitivo establecimiento no quede más que el nombre y su muestra. 

Foto: M.R.Giménez (2012)
La Tienda del Botijo, de la que hoy sólo queda su marca.

La primitiva tienda del Botijo estaba, según Constancio Bernaldo de Quirós Pérez (1873-1959), hacia la mitad de los soportales del lado de la izquierda, o sea, de los números impares, de la calle de Toledo y era una especie de bazar en el que se vendía todo tipo de utensilios para arrieros y trajinantes: cabezadas, cinchas, ronzales, trallas, cayadas, garrotas, etc. En su mostrador siempre había un botijo lleno de aguardiente y la clientela podía beber un trago a chorro del recipiente, por el precio de una perra gorda. Por tanto, lo que daba nombre a la tienda era el gran botijo de sobre el mostrador, de barro blanco, harto sucio por el manoseo

La tienda del Botijo tenía otro atractivo, su decoración: En el techo llevaba suspendido un enorme garrote, especie de as de bastos, con sendas calabazas. 

El establecimiento desapareció al comenzar el siglo, renaciendo, bajo el signo puramente verbal del botijo, en otra inmediata a la catedral de San Isidro, del lado de la calle de La Colegiata, y convertida en un vulgar baratillo anodino y sin carácter, aunque no de los del precio único de 0.65 sino a precios variados. 

Así pues este es el origen de la tienda, cordelería o bazar que desde el año 1754, como dice su rótulo, continúa hoy en la calle de Toledo, número 35 (antiguo 43). 

El traslado de la ubicación de este negocio debió llevarse a cabo alrededor de la mitad del siglo XIX, al edificio que más tarde remplazaría el que hoy podemos contemplar. 

Fuente: B.N.E.
Dibujo de Ramón Gómez de la Serna, publicado en el año 1926.

En el año 1903 Manuel Machado (hermano de Antonio), contaba que la tienda era famosa por dar vino a los parroquianos en unos enormes cuernos huecos, a los que llamaban los vasos de Amadeo y relataba que para recibir al rey de Saboya (1870), el gobierno mandó que el comercio de Madrid se engalanase con gallardetes y cortinas. Siendo muy republicano el entonces propietario del Botijo, adornó la muestra de su tienda con astas y al ser obligado a quitarlas, dio de beber en ellas a su clientela. 

Parece que la tienda del Botijo fue adaptando su mercancía a la nueva clientela de cada momento. Pasó de vender aperos para ganadería a especializarse en cordeles, alpargatas y artículos de mimbre. Hoy, con su discreta fachada en la que aún se conserva un botijo como muestra, es un establecimiento dedicado a la perfumería y la droguería. 




Fuentes:
Hemeroteca ABC.
Hemeroteca B.N.E.
“Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo de Quirós en República Dominicana”. Constancio Cassá Bernaldo de Quirós.
Es.wikipedia.org

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